El alcohol etílico es un depresor del Sistema Nervioso Central que es ingerido por
vía oral, a través de determinadas bebidas que lo contienen en unos porcentajes
variables. Inmediatamente que penetra en el organismo, el alcohol produce una dilatación de los vasos sanguíneos periféricos y, consiguientemente, al refrigerarse la sangre, un descenso de la temperatura. Si la ingestión es pequeña, aumentará la secreción gástrica, pero si es elevada, la secreción gástrica se inhibe y la mucosa estomacal sufre una fuerte irritación, pudiendo dar lugar a gastritis, vómitos, diarreas, etc.
Cuando el estómago está vacío, el alcohol lo atraviesa muy rápidamente y pasa
al duodeno y al intestino delgado, donde es absorbido, distribuyéndose en el torrente
circulatorio en poco tiempo. Si, por el contrario, el estómago está lleno, el alcohol se
difunde a la sangre lentamente, a medida que va pasando al intestino delgado. El alcohol no es transformado por los jugos digestivos del estómago o del intestino, como los alimentos, sino que pasa directa y muy rápidamente, sobre todo en
ayunas, a la sangre, desde donde se difunde a los diferentes tejidos del organismo.
De todos los órganos y tejidos es únicamente en el hígado donde el alcohol es quemado, es decir, metabolizado. El alcohol se transforma normalmente en el hígado gracias
a un enzima llamado alcoholdeshidrogenasa. Mientras el alcohol es transformado
se liberan unas siete calorías por gramo, pero si bien es cierto que el alcohol
podría cubrir un máximo de 400 a 600 calorías de las 1600 que necesitamos diariamente,
el organismo tendría que destruir su propia glucosa y con ello sus reservas alimenticias.
a un enzima llamado alcoholdeshidrogenasa. Mientras el alcohol es transformado
se liberan unas siete calorías por gramo, pero si bien es cierto que el alcohol
podría cubrir un máximo de 400 a 600 calorías de las 1600 que necesitamos diariamente,
el organismo tendría que destruir su propia glucosa y con ello sus reservas alimenticias.
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